Hubert de Givenchy; Givenchy; Audrey Hepburn;

Jueves 15 marzo 2018

El legado de Givenchy

Algo duele en lo más profundo de la industria de la moda cuando uno de los grandes maestros se desvanece. Es como si se acabara el fin de un ciclo próspero o de una etapa de grandes logros para dar lugar a la incertidumbre. La nostalgia de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor es mala compañera.

Esta semana, el sector ha perdido uno de sus máximos representantes, Hubert de Givenchy. El modisto francés falleció el sábado a los 91 años mientras dormía. “El eterno aprendiz”, que era como Givenchy se definía a sí mismo, dejó este mundo mientras soñaba. Es curioso como los visionarios, no dejan de soñar hasta su último aliento.

Una trayectoria entre telas

Hubert de Givenchy nació el 21 de febrero de 1927 en Beauvais en el seno de una familia protestante que pertenecía a la nobleza francesa. Su padre murió cuando tenía dos años y el diseñador se crio con su madre y si abuelo que poseía una fábrica de tapices en la que además coleccionaba telas, muebles y otro tipo de objetos típicos de la época. Según había contado en múltiples ocasiones, desde pequeño quiso dedicarse al mundo de la moda, pero no era una profesión que en la época fuera bien vista. En 1944 abandonó el núcleo familiar para trasladarse a París con el sueño de ser costurero. En la capital francesa estudió en la Escuela de Bellas Artes junto con otros modistas como Robert Piguet o Elsa Shiaparelli. Al poco tiempo de aterrar abrió su propio taller en París y no dudó, al cabo de poco tiempo, en fundar su propia marca: la maison Givenchy, que inauguró en 1952. Dos años más tarde se convirtió en el primer diseñador en presentar una línea de prêt-à-porter de lujo que lo catapultó al éxito. Es también en esa época, en 1953, cuando Givenchy conoció al maestro Cristóbal Balenciaga con quien mantuvo una gran amistad y siempre se declaró su absoluto admirador. De hecho, el modisto francés se convirtió en impulsor del Museo Balenciaga, fundado en 2011 como muestra de compromiso por al que consideró una fuente de inspiración. De Balenciaga, heredó una forma de hacer y entender la Alta Costura como símbolo de la elegancia atemporal.

Tras una larga trayectoria a la cabeza, en 1988 el grupo de lujo LVMH adquiría la maison Givenchy. El creador relegó su posición como gran propietario de la firma, aunque siguió diseñando colecciones para la casa. Otros diseñadores ocuparon el cargo de director creativo como Galliano o hasta hace poco, Riccardo Tisci. El mismo Givenchy se retiró en 1995 con un desfile simbólico en París. A pesar de no estar dentro del circuito, Hubert de Givenchy nunca se desconectó del sector al que amaba hasta el fin de sus días: “Dejaré de hacer ropa, pero jamás de descubrir. La vida es como un libro: hay que saber pasar página”. Una gran lección de vida de unos de los maestros de la aguja del siglo XX.

El modisto (y amigo) de Audrey Hepburn

Givenchy visitó personalidades clave del siglo XX, como Jacqueline Kennedy, Wallis Simpson, Grace Kelly, o Carolina de Mónaco. Aunque, su preferida siempre fue Audrey Hepburn. De hecho, más allá de lo profesional, la actriz fue su musa y amiga durante años. El primer encuentro con la actriz belga surgió en 1953 en un momento clave. Entonces, Hubert de Givenchy accedió a prestarle varios modelos para la película ‘Sabrina’ que se estrenaría un año después. Esa colaboración marcó el inicio de todas las colaboraciones que vendrían dentro y fuera de las pantallas. El modisto creó para la actriz diseños icónicos como el vestido negro que vistió en ‘Desayuno con diamantes’ (1961); las creaciones retratadas por Fred Ataire en ‘Una cara con ángel’ (1957) o la pieza de encaje y antifaz negros de Hepburn en ‘Cómo robar un millón’ (1966). Era tanta la confianza y admiración mutua, que Givenchy incluso tenía un libro de bocetos dedicados a Hepburn, titulado ‘A Audrey con amor’. “Siempre respeté el gusto de Audrey. Ella no era como otras estrellas de cine porque le gustaba la simplicidad”, aseguró el modisto de su musa.